Hacerse como niños sin ser infantiles (P. Miguel Ángel Fuentes, IVE)

NinoEstamos celebrando esta Santa Misa en Acción de Gracias a Dios por los muchos beneficios que nos ha concedido en estos años; en particular los que ha querido que recibamos por intercesión de nuestro querido San José.  Por eso, permítanme que aproveche una expresión que providencialmente se encuentra en el Evangelio de este día, tomado de san Mateo: “No impidáis que los niños vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son como ellos”. Como es bien sabido, esta frase de Nuestro Señor ha dado pie a lo que llamamos infancia espiritual, o, para decirlo de modo equivalente: conciencia de la Paternidad divina. San José tuvo la misión, en su vida terrena, de hacer sentir al Niño Jesús la presencia y cercanía física de Dios Padre. Como todo padre y madre en este mundo respecto de sus hijos.

El famoso educador suizo Juan Enrique Pestalozzi, decía a comienzos del 1800 que la mayor desgracia del hombre actual (o sea, contemporáneo a él) es la pérdida del sentir de niño, porque ella imposibilita la actividad paternal y educadora de Dios. A dos siglos de esta constatación, ¿qué diría este sabio de nuestro hombre de hoy? La pérdida del sentir de niño es una desgracia mayor que muchas de las catástrofes que nosotros lloramos cada día. Y muchos de los que estamos aquí lo sabemos por experiencia personal, porque nos consta cuánto cuesta ayudar a los que carecen de este sano, natural y necesario sentir. Por eso, como decía el P. Kentenich, vale la fórmula complementaria a la de Pestalozzi: No hay mayor felicidad para el hombre de hoy que la recuperación del sentir de niño frente a Dios y no hay misión más grande en estos tiempos que la de reconquistar para la humanidad el perdido sentir de niño.

La causa por la cual la pérdida del sentir de niño es una desgracia mayor es porque impide la acción paternal de Dios. Dios desarrolla su actividad educadora, regala toda la riqueza de sus dones y gracias a aquellas criaturas que se le entregan con docilidad, pequeñez y humildad. El hombre que ante Dios se reconozca pequeño y confiese su miseria, será en cierto sentido “omnipotente” ante Dios, y Dios omnipotente será a su vez “impotente” ante él. Por eso aunque yo esté colmado de desgracias físicas, económicas, psicológicas o morales, lo peor que me puede ocurrir es dejar de volverme pequeño y niño ante Dios Padre. El hombre niño y humilde obtiene de Dios todo lo que quiere. Así lo dicen los santos y la Biblia. “Et exaltavit humiles” (Lc 1,52), eleva a los pequeños. Porque los pequeños son pequeños y Dios sólo obra a través de niños pequeños; no necesita de los “grandes”. La esencia del paganismo en general y la del neopaganismo en particular, es la terrible carencia de sentir de niño frente a Dios.

Pero no entendamos mal esta idea. Ser niños ante Dios no es lo que muchos creen. Lo contrario del espíritu de “niño ante Dios” no es ser adulto. Más bien es el infantilismo, por un lado, y, por otro, la decrepitud. Una gran parte de nuestro mundo se reparte en dos mitades muy marcadas. De un lado tenemos a los que se creen adultos, pero son personas ajadas, aceitunas chupadas, sin esperanza, cerradas sobre sí. Éstas se caracterizan por todos los vicios propios de los “malos viejos”, o sea, de los que han envejecido mal: la ambición del poder, la avaricia, la explotación del prójimo, el cinismo, la tristeza y la desesperanza de la salvación. La otra parte está compuesta por los “falsos niños”, los que están ahorcados por los vicios del infantilismo y de la inmadurez que roza, a veces, lo patológico: la inconstancia, el capricho, la desorientación, la incapacidad del sacrificio, la superficialidad en el compromiso y en el amor, el egoísmo, el narcisismo, la búsqueda de la felicidad como estado permanente por encima del sentido (como decía Frankl). Aquellos se cierran al amor y eligen la insensibilidad frente al dolor ajeno, la dureza del corazón (como vemos en los avaros, tacaños y ambiciosos); estos, se vuelven incapaces de amar, porque amar es sufrir por el amado y estar dispuestos a morir sobre el puesto elegido o asignado con tal de salvar el verdadero amor, y las personas inmaduras huyen del dolor como de la peste, y por eso, paradójicamente, corren en sentido contrario al amor y a la felicidad que no existe sin cruz.

Por eso necesitamos tanto aprender lo que verdaderamente significa ser niños ante Dios. O, de modo equivalente, tener conciencia de que estamos en las manos de Dios Padre. No es este el lugar para hablar del tema, pero sí quisiera decir que muchos no nos animamos a dar este paso porque, contrariamente a lo que puede pensarse, hacerse niños ante Dios, exige una gran virilidad. Viriliter agite!, dice San Pablo (1Co 16,13): obrad como varones, o como fuertes. La admonición vale para todos, tanto hombres como mujeres.

Porque hacerse niños implica abandonarse en las manos de Dios, lo que se traduce en varios actos concomitantes: por un lado en una total y absoluta confianza en su protección; por otro, en lanzarse a obras grandes, arriesgadas, gigantescas… confiados no en seguridades humanas, económicas, políticas, sino en esa sombra de Dios que a menudo no se deja ver (y por eso es sombra), pero está allí y no nos faltará nunca; finalmente en no retroceder, no abandonar los compromisos tomados cuando arrecian las tormentas y se desploman los montes, siempre apoyados en la misma confianza.

Todo cuando hay de bueno en este mundo que hemos recibido, todo cuanto hay de valor, de belleza, de nobleza, de razones por las que vale la pena luchar y vivir: patria, amistad, matrimonio, cultura, amor, familia, ideales… nos lo han legado hombres y mujeres que fueron niños ante Dios. Dios nos conceda la gracia de formar filas con ellos afín de seguir siendo un grupo de amigos no solo en esta vida sino en el Reino de los Cielos, junto al Padre común de todos nosotros. Amén.

 

(Sermón predicado el sábado 13 de agosto de 2016, en la Misa de Acción de Gracias por los beneficios recibidos por el CEYTEC -Centro de Estudio y Tratamiento de las Enfermedades de la Conducta- por intercesión de san José. Parroquia de San José, San Rafael, Argentina).

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4 comentarios:

  1. Luis Cesar Fernandez

    Gracias porque me hizo pensar en el Padre amoroso y de fiar y en mi con todas mis cavilaciones y dudas de adulto «razonable», que solo me fio de mis deducciones y no espero en la providencia del Padre.

  2. manuela valladadres

    Gracias por la luz que nos brinda. Dios le siga bendiciendo

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